martes, 28 de diciembre de 2010

Lo inusitado de la imagen


Cortés Rocca, Paola y López, Mabel, “Lo inusitado de la imagen”, Fotografía, Buenos Aires, Ars, 1995.

El siguiente texto ha sido extractado de: Roland Barthes. La cámara lúcida. Notras sobre la fotografía. Barcelona, Paidós, 1994.


Koen Wessing, "El ejército patrullando por las calles", Nicaragua, 1979.

Decidí tomar como guía de mi análisis la atracción que sentía hacia ciertas fotos. Me parecía que la palabra más adecuada para designar (provisionalmente) la atracción que determinadas fotos ejercen sobre mí era aventura. El principio de aventura me permite hacer existir la Fotografía. Inversamente, sin aventura, no hay foto. 

Hojeaba una revista ilustrada. Una foto me detuvo. Nada de extraordinario: la trivialidad (fotográfica) de una insurrección en Nicaragua: una calle en ruinas, dos soldados con casco patrullan; en segundo plano pasan dos monjas. Comprendí rápidamente que su existencia (su “aventura”) provenía de la copresencia de dos elementos discontinuos, heterogéneos por el hecho de no pertenecer al mismo mundo (ninguna necesidad de contrastarlos): los soldados y las monjas.

Mi regla era suficientemente plausible para intentar nombrar esos dos elementos cuya copresencia establecía, según parecía, la especie de interés particular que yo tenía por esas fotos. 

El primero, visiblemente, es una extensión, tiene la extensión de un campo, que yo percibo bastante familiarmente en función de mi saber, de mi cultura; este campo puede ser más o menos estilizado, más o menos conseguido, según el arte o la suerte del fotógrafo, pero remite siempre a una información clásica: la insurrección, Nicaragua, y todos los signos de una y otra. Millares de fotos están hechas con este campo, y por estas fotos puedo sentir desde luego una especie de interés general, emocionado a veces, pero cuya emoción es impulsada racionalmente por una cultura moral y política. Por medio del studium me intereso por muchas fotografías, ya sea porque las recibo como testimonios políticos, ya sea porque las saboreo como cuadros históricos buenos. 

Reconocer el studium supone dar fatalmente con las intenciones del fotógrafo, entrar en armonía con ellas, aprobarlas, desaprobarlas, pero siempre comprenderlas, discutirlas en mí mismo, pues la cultura (de ella depende el studium) es un contrato firmado entre creadores y consumidores. Ocurre un poco como si tuviese que leer en la Fotografía los mitos del Fotógrafo, fraternizando con ellos, pero sin llegar a creerlos del todo. Estos mitos tienden a reconciliar la fotografía con la sociedad, dotándola de funciones, que son para el Fotógrafo otras tantas coartadas: informar, representar, sorprender, hacer significar, dar ganas. 

El segundo elemento viene a dividir (o escandir) el studium. Esta vez no soy yo quien va a buscarlo, es él quien sale de la escena como una flecha y viene a punzarme. Este segundo elemento lo llamaré punctum: pinchazo, agujero, pequeña marca, pequeño corte y también casualidad. El punctum de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero también me lastima, me punza).[1]

El studium, mientras no sea atravesado, fustigado, rayado por un detalle (punctum) que me atrae o me lastima, engendra un tipo muy difundido (el más difundido del mundo) que podríamos llamar fotografía unaria. La Fotografía unaria tiene todo lo que se requiere para ser trivial, siendo la “unidad” de la composición la primera regla de la retórica vulgar. Las fotos de reportaje son muy a menudo fotografías unarias. Nada de punctum en esas imágenes: son recibidas de una sola vez; eso es todo.



James Van der Zee, "Retrato de familia", 1926.

He aquí una familia negra norteamericana, fotografiada en 1926 por James Van der Zee.[2] El studium es claro: me intereso con simpatía, como buen sujeto cultural, por lo que dice la foto: expresa la respetabilidad, el familiarismo, el conformismo, el endomingamiento, un esfuerzo de promoción social para engalanarse con los atributos del blanco (esfuerzo conmovedor de tan ingenuo). Cuando se define la foto como una imagen inmóvil, no se quiere solo decir que los personajes que aquella representa no se mueven; quiere decir que no se salen: están anestesiados y clavados, como mariposas. No obstante, desde el momento en que hay punctum, se crea (se intuye) un campo ciego: a causa de su collar redondo, la negra endomingada ha tenido para mí, una vida exterior a su retrato.

Robert Mapplethorpe: muchacho del brazo extendido

Otra foto unaria es la foto pornográfica. Es una foto siempre ingenua, sin intención y sin cálculo. Está enteramente constituida por la representación de una sola cosa, el sexo: jamás un objeto secundario, intempestivo, que aparezca tapando a medias, retrasando o distrayendo. La pornografía representa ordinariamente el sexo, hace de él un objeto móvil (un fetiche); a mi parecer, no hay punctum en la imagen pornográfica. La foto erótica, por el contrario (esta es su condición propia), no hace del sexo un ojeto central; puede perfectamente no mostrarlo; arrastra al espectador fuera de su marco, y es así como animo a la foto y ella me anima a mí. EL punctum es, entonces, una especia de sutil más-allá-del-campo. Este muchacho del brazo extendido y sonrisa radiante, aunque su belleza no sea en modo alguno académica y esté medio salido de la foto, deportado hacia el extremo, hacia un lado del marco, encarna una especia de erotismo alegre: la fotografía ha captado la mano del muchacho (del mismo Mapplethorpe, creo) en su grado óptimo de abertura, en su densidad de abandono: algunos milímetros de más o de menos y el cuerpo intuido no se hubiese ofrecido de forma tan condescendiente (el cuerpo pornográfico, compacto, no se muestra, no se da, no hay ninguna generosidad en él).

[1] Tal como piensa Lacan, es el corte (en su caso, el corte de la palabra del paciente, producido por la intervención del psicoanalista) lo que da significado a la totalidad (Mazorca = más horca, etc.). En este caso, un elemento, el punctum es aquella zona de la imagen que fractura, escande, ese todo homogéneo o codificado culturalmente, llamado studium, significando estéticamente la imagen. Ese elemento depende del azar, no porque empíricamente la casualidad se haya impuesto al fotógrafo —ya que este elemento de corte puede haber sido preparado para la toma— sino porque el espectador lo recibe como casual. Y en este sentido, sí se relaciona con el “buen ojo fotográfico”. Obviamente, el punctum no puede determinarse exactamente —no es un elemento aislable a la manera de un componente de una sustancia química— sino que se relaciona, en cierta medida, con la competencia fotográfica del receptor: cuantas más imágenes hayamos visto, mejor determinaremos lo “trivial” o lo “estereotipado” en una foto y lo podremos contrastar con el punctum. 

[2] James Van der Zee fue un fotógrafo de comienzo de siglo que retrató la vida de la raza negra combinando una fuerte crítica social con un interesante talento óptico.

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